martes, 17 de julio de 2012

La bestia: Lobo

La Bestia

Sí, por detrás de la gente
te busco.
No en tu nombre, si lo dicen,
no en tu imagen, si la pintan.
Detrás, detrás, más allá.

Por detrás de ti te busco.
No en tu espejo, no en tu letra,
ni en tu alma.
Detrás, más allá.

También detrás, más atrás
de mí te busco. No eres
lo que yo siento de ti.
No eres
lo que me está palpitando
con sangre mía en las venas,
sin ser yo.
Detrás, más allá te busco.

Por encontrarte, dejar
de vivir en ti, y en mí,
y en los otros.
Vivir ya detrás de todo,
al otro lado de todo
-por encontrarte-
como si fuera morir.
La voz a ti debida
Pedro Salinas


Lobo

Cuando pasó a mi lado, me miró fijamente. Agaché la cabeza, hundiendo mi nariz congelada en la bufanda. Sus ojos seguían mirándome mucho después, cuando sus pasos ya se habían perdido por detrás de mí. Supe que esos ojos seguirían mirándome, siempre. Sentí frío. El vapor de mi respiración surgía como una nubecilla, espesándose más y más. Entonces desperté, pero sus ojos seguían ahí.

La primera vez que, desnudo frente a mí, me tendió sus brazos, mantuve los ojos bajos como una recién desposada. Él había sido dulce y tierno, me había emborrachado de palabras y pensamientos grandiosos, me buscaba con susurros sabios entre las brumas del deseo, y no pude resistirme a ese encantamiento que se tejía alrededor de mi alma. Me entregué con alegría febril, dejando que mi voz arrastrara mi cuerpo, surgiendo a través de la punta de mis dedos, de mi boca, de mi piel quemada de ansia. Me entregué con furia a esa seguridad de hombre en celo, a esas manos que abrían caminos de hielo y fuego. Y me estremecí cuando oí su susurro, arañando mi pecho.

"Yo seré tu muerte."

Creí que no le había entendido. Pensé que no había dicho nada, que era el viento, un engaño. Me sentí soñar, deslizarme sin querer en el otro lado, en algún otro lado. Miré sus labios. Volvió a hablar, le oí claramente, esa voz que me retorció las entrañas.

"Yo seré tu muerte."

Pero sus labios no se movieron. La cálida penumbra se llenó de silencio y frío y tumbas, su abrazo blando me apresó, se convirtió en una celda. Una mano de uñas afiladas me anudaba el estómago. Me faltaba el aire, me ahogaba. 

Entonces, sus ojos encontraron los míos. Y ya no los abandonaron, nunca más. Dejé de luchar, dejé de resistirme, porque no había lucha posible, porque no quedaba fuerza para resistir. Sus palabras seguían flotando en torno a mí.

"Yo seré tu muerte."

Y vi. Vi la verdad. Vi la muerte en el fondo de sus ojos. Vi el fin, mi fin. Al momento siguiente, todo había a vuelto a ser como antes, todo respiraba con suavidad, todo era normal. Había durado tan poco, como si fuera sólo un aleteo de mariposa, que fue fácil desecharlo, olvidar esa luz oscura. Y volvió la marea del deseo, impulsada por sus labios crueles que sólo se movían para magullarme y levantar la carne, mi carne, contra mí. Distinguía el destello de sus ojos, alumbrando la oscuridad, siguiendo casi con paciencia los avances de su dominio mientras yo caía, caía una y otra vez. Muy al fondo, el ritmo lo marcaban las palabras, como tambores de silencio.

"Yo seré tu muerte."

Sí, lo sería, no me permití dudar, él sería mi muerte. Parecía que el cumplimiento había estado escrito, desde mucho tiempo atrás. Cerré los ojos porque la habitación giraba y el suelo cedía bajo mis pies. Caída entre sus brazos, me ofrecí, me di a sus zarpas de predador clavándose en los lomos, desgarrando. Fue el dolor. Y el placer, un torbellino, la rabia. Vi su cuerpo bajo el mío, brillante de sudor, tensándose, combándose, sus fauces se replegaron sus colmillos mordieron las sombras y sus encías eran como de sangre y espuma. Y gimió, pero sonó como un aullido. Mis gritos no pudieron acallar ese trueno que retumbaba en mis oídos, esa voz de lobo que seguía resonando en mi cabeza. 

Permanecí despierta toda la noche, velando su sueño tranquilo de bestia satisfecha, espiando su imagen animal a través de sus rasgos humanos. Pero no había nada detrás, nada extraño, nada salvaje, tan sólo un hombre, un hombre dormido, roncando suavemente, invitándome con su calor a hundirme en la inconsciencia. Yo no podía. La amenaza era como un suave olor a rosas negras, a almendras amargas; ese aroma me asfixiaría en el momento en que él abriera los ojos y su mirar me murmurara las palabras. 

Me dormí al llegar el día, agotada de luchar contra el silencio oscuro. Me dormí al llegar el día, con el miedo impreciso y cruel de no despertar; con el miedo aguzado de que la muerte dormía a mi lado, jugando a un juego cruel conmigo. Me dormí al llegar el día, para despertar no mucho después, arañando el vacío, pateando su cuerpo, insensible de tan dormido; quizá dormido de tan insensible.

"Yo seré tu muerte."

Esa voz, su voz verdadera, era como un latido doloroso que arrastraba el sueño consigo. También se había llevado el miedo, dejando sólo rabia, una ira ciega que me partía en dos. Odié al ser salvaje protegido por la humanidad del sueño, odié al animal que devoraba al hombre, odié a ese cuerpo que respiraba junto al mío y que tan fácilmente me ignoraba. Escuché sus susurros melosos mientras sus labios se movían; hubiera podido dejar de pensar, arrastrada a sus brazos por esa otra voz: pero sus ojos no pudieron ocultar lo que él era. Vi al lobo agazapado en su interior. 

Pensé en huir. Alejarme silenciosamente, cuidando de que mi corazón no latiese tan fuerte que él pudiera oírle. No hacían falta las precauciones, de todas formas, porque me dejaría marchar. Él se sentaría mientras yo salía corriendo y me sonreiría socarronamente, porque eso era lo que deseaba o lo que esperaba. Pensé en huir, deseé huir. Y me quedé.

Seguí su juego de ignorancia, de desconocimiento, aparentando no saber las palabras; aparentando no haber oído, no haber visto, no haber sentido. Poniendo en escena la normalidad, lo cotidiano. Fue muy cauto; nunca se volvió  a mostrar desprotegido y completo, vulnerable y temible; nunca se volvió a mostrar tan claramente como aquella noche. Y yo seguí su juego porque sólo deseaba no volver a ver lo que había en el fondo de aquella mirada, no volver a escuchar esa voz, esas palabras. 

No vi, no escuché. El recuerdo se adormecía, se quebraba, hasta que conseguí imaginar que todo había sido una pesadilla. Se desvanecía el lobo y con él la pesadilla. Se desvanecía el lobo y con él, el miedo. Olvidé la bestia, su aullido montaraz, sus palabras feroces. Creí que podría conocer al hombre, enamorarme, enamorarle; ese hombre que se había insinuado repleto de inteligencia, de conocimiento, de un ansia terrible de saber, de compartir. 

Pero la ausencia del lobo embocaba al hombre. Con el miedo, se desvanecía la atracción. Me encontré deseando, como sin querer, la vuelta de ese animal montés, de esa voluntad cerril; la vuelta de la amenaza que alejaría el tedio, que acallaría el pensamiento de que me había equivocado, que todo era un error. La vuelta de la bestia, que destrozaría la duda y me daría al hombre, su mente dura y cortante, su ternura egoísta, todo aquello que se me había prometido y se me estaba estafando, se me estaba negando. 

Volví a acechar su sueño, como aquella noche, ese destello salvaje a través de un parpadeo. Volví a trasechar con impaciencia, con codicia, con un apetito desenfrenado. Y con la cobardía de que no apareciera, de que todo fuera, una vez más, fantasmas, imaginaciones. 

Me olió. Olió mis pensamientos, mis deseos. Husmeó mis movimientos cautos con gruñidos de advertencia. Me mostró, casi con desdén, sus dientes afilados y esa luz en el fondo que volvió a susurrar, como un encantamiento, las palabras. Esas palabras que no me habían aterrorizado, qué gran mentira; ese encantamiento que me había atraído, que no me había permitido marcharme, repetir la huida de siempre.


"Yo seré tu muerte."




Allí estaba y no sentí miedo. Allí estaba, desbocando mi corazón, pero no de terror. Allí estaba, su rostro fresco. Su voz, su verdadera voz, como si me hubiera estado esperando.


"Yo seré tu muerte."


No sonó como antes, no una amenaza, no una advertencia. No era una brillante mancha roja que sobresaltaba. Era distinto. Guardé esa chispa en mi alma mientras él se volvía a dormir a mi lado, sus ojos y sus labios cerrados. Dormía como un niño o un animal, confiadamente; su postura me alejaba, me rechazaba. Su postura le protegía. Me dormí con mi certeza, abrazada por el sueño con una profundidad que se me había negado hasta entonces, acunada por su respiración acompasada cerca de mi cara. 

Seguí con ternura sus huellas sobre la nieve. Seguí su olor animal, su calor de vida, a través del bosque fragante de invierno. Le seguí. Me convertí en un viento helado, ululante, con un solo fin: encontrarle. Me convertí en un ángel de alas de escarcha, de espada afilada con una misión: encontrarle. Quizás sólo fuera un demonio obsesionado, con la cabeza perdida. Seguí con delicadeza su rostro sobre el manto blanco, temiendo asustarle. 

Unas voces sus holladuras se multiplicaban como si se hubiera vuelto descuidado. Otras, perdía su pista pro noches enteras, hasta que pensaba en abandonar esa estúpida persecución, hasta que olvidaba el sentido de lo que hacía. Entonces escuchaba su voz.


"Yo seré tu muerte."


No recuerdo el momento en que supe a qué sonaba, qué era lo que me decía. ¨Porque sus palabras eran una promesa. No una amenaza: una promesa, un voto. Y deseé que cumpliera su promesa o su amenaza. Deseé encontrarle para encontrar esa muerte que me prometía. Codicié su voto cumplido, anhelé mi muerte. 

Y seguí tras él, tras su silencio y su huida, tras su esquiva mirada, tras su alma de lobo. Recibí algún zarpazo, algún ligero mordisco siempre que me acerqué demasiado; mi dolor le hubiera alimentado el corazón, así que aprendí a no gritar. Mientras duraba la caza, el frío me calaba de angustia, me atería de impaciencia y empujaba el viento que arrastraba el miedo como una capa de seda. 
Llegó un momento en que todo quedó atrás, la impaciencia y el miedo y la angustia. Todo quedó atrás mientras el placer me alcanzaba. Lo que había empezado como una necesidad, se convirtió en un juego. La espera, que antes era  un tormento que entumecía el alma, me llenaba de risa, me hacía burbujear. Olía a primavera.

En algún sitio olvidado nuestros cuerpos repetían sus luchas particulares. De una forma o de otra, a pesar de las resoluciones y las palabras -o la falta de ellas-, a pesar de las circunstancias y las ideas, nuestros cuerpos se encontraban y se perdían.

Había momentos en que olvidaba su rastro, para seguir otros más frescos y atractivos durante un suspiro. Había momentos en que me sentía perseguida por otros cazadores -mis huellas convertidas en un rastro de garras-. Había momentos, muy de tarde en tarde,  en que veía al hombre tras de mi rastro, al lobo tras su perseguidor. 

Fue entonces, después de toda una vida persiguiéndole, cuando yo no era otra cosa que anhelo, ojos y viento, fue entonces que le vi, esperándome. Entre su paciencia y mi asombro un lago reflejaba el cielo en el espejo de sus profundidades heladas. 

Había dejado de temer esos ojos que me amenazaban, esos ojos que pedían, que exigían, mi sumisión y mi miedo. Así que enfrenté su mirada, al otro lado de las aguas que él había elegido como una barrera o como un puente.


"Yo seré tu muerte."


Una caricia, erizando la piel y la sangre, el silencio y la amargura dentro de mí. Un roce, enervando el espíritu y la esperanza, clamando las preguntas y las explicaciones de esta cazadora cansada. Las palabras aleteaban y volaban, confundiéndose; las palabras temblaban, como asustadas por una ligera brisa: rielaban, distorsionándose. Su voz ya no era la misma se afinaba y se perdía como sin fuerzas, sin aliento. 

Ese lobo enorme, duro, plateado de luna. Ese lobo en tensión que se mostraba, entero, bañado por la luz imprecisa de la noche, dispuesto a atacar, a matar. Su reflejo tenía ojos de niño grande, de duende curioso. Su reflejo me miraba y su  mirada agotaba la verdad, hundía la razón. mi reflejo devolvía, insolente, pupilas ahusadas, iris inhumanos, abismos de gato salvaje.


"Yo seré tu muerte."


¿Esa era mi voz? La tormenta rugió. Afuera. Al otro lado del fuego. Tras los muros.

Desnuda ante él. Volví a estar desnuda entre los brazos de ese hombre con alma de lobo, entre los brazos de ese lobo con mirada grande de hombre que había encontrado en el invierno. Ese macho insolente que bajaba los ojos, como esquivándome, como temiendo lo que yo diría. Sin mover los labios dije las palabras, las lancé contra él. 


"Yo seré tu muerte."


Y vi el destello en el fondo. Esa estrella oblicua que se hundió como un suspiro que nunca hubiera existido. Sonaba a triunfo, a conquista, sabía a rendición. Casi no tenía necesidad de escucharle, podría haber dicho sus palabras antes que él mismo.


"Yo seré tu vida."


Sí, lo sería, no me permití dudar. Y me volví, dejándole a mi espalda. Caminé tranquilamente, sabiendo que no me detendría porque mi marcha era lo que él había esperado,  al menos en otro tiempo. Caminé sin esfuerzo, dejando que la primavera borrara mis huellas.

miércoles, 11 de julio de 2012

Así en la tierra como en el cielo: Jano bifronte

Jano Bifronte

Poema escrito al cortar una flor y mandársela a alguien
- Por Tomonori
Si no es a ti, a quién le podría enseñar la flor del ciruelo?
La única persona que entiende esta flor es aquella persona que entiende al mismo tiempo su forma y su aroma…



Yo soy la vid, yo soy la puerta, yo soy el camino, la verdad y la vida.
Jesús, según Juan


Jauna Inferni


Toda lágrima enseña a los mortales una verdad
Ugo Fascola

Purifica tu corazón antes de permitir que el amor
se asiente en él, ya que la miel más dulce se
agría en vaso sucio. 
Pitágoras

Está escrito que ella volvió la cara y sus ojos eran duros y ni una lágrima escapó de ellos. Con mano firme el escriba trazó las palabras: que la luz no volvió a brillar para ella, que el corazón se le ahogó en el pecho y que, ciega, camina buscando aquello que abandonó tras de sí.

Coro
¿Quién es el que se acerca por la calle?¿Quién es el que se aproxima que así late tu corazón, hermana, la mirada fija en él?

Doncella
Un cielo sin nubes es su rostro sudoroso, vino añejo sus ojos oscuros, oro sus cabellos.
Prendedme, hermanas, compañeras, sujetadme.
Un estruendo de batalla nace en mis entrañas. ¿No han de conquistarnos los que a nuestro lado moraron?

Coro
Gime nuestra hermana al verle y sus miradas quedan prendidas como el algodón del espino.
Bella entre las bellas es nuestra compañera, aquella con quien jugamos a las puertas de nuestras casas, suave como la piel de un niño, inocente como un cordero que va al sacrificio.
Digno de amor como ninguno es nuestro hermano, aquel que nos consolaba cuando llorábamos, aquel que nos traía flores de la montaña.
Son sus cuerpos como dos cerezas gemelas que nacen del mismo árbol, de la misma rama; sus cuerpos iguales, reflejos. 

Doncella
Mil caballos galopan en mi pecho, sus ijares sudorosos, fuego y pimienta sus alientos. Mis pies son palomas que vuelan a su encuentro, ¿cómo podría detenerlas?
¿Quién es el que a mi puerta llama? ¿Quién es el que me arrastra? Sus ojos me atan, su mano me sujeta, sobre mí pone su enseña, sus pasos me cercan.

Amigo
Un gemir de vientos atraviesa mi cabeza, conmueve mi alma, su sonido como el de espíritus en pena. Mi voluntad es un carro, arrastrado por bueyes sin control, ¿cómo podré dominarlo?
¿Quién es aquella que en lo alto del camino me espera? ¿Quién es la que me llama? Sus ojos son esclavos, su mano se tiende, en su pecho guarda mi emblema, mi palabra es su señor.

Doncella
Son los dientes de mi amigo como perlas, sus labios, seda. A él me dirijo cuando pregunto ¿quién soy? ¿qué buscas en mí?
A la tierra amante te comparo, generoso entre muchos, con brazos abiertos. Como fuego que me espera en casa cuando el frío cae, así eres, cercano y tibio.
A las aguas que corren fui a mirarme y no encontré mi imagen, a las aguas quietas bajé a contemplarme y no me reconozco. En los ojos de mi hermano me miré, en el rostro de mi hermano me busqué ¿cómo no hallarme en el que a mi lado siempre estuvo? A ti te pregunto, a ti, que hacia mi encuentro caminas, a ti, cuyo rostro veo cada día y hoy es como si no lo conociera.
¿Acaso no respiras cerca de mí? ¿no es cierto que la casa de mi madre está junto a la tuya, que sigues mi mismo camino? ¿Por qué me llaman tus ojos?
El mundo nos espera, compartamos la senda que se abre y se divide. 
Dime qué busco. Detente, aliento, alma de mi existencia, ¿por qué digo "mi soledad es como un agujero en el desierto, un pozo en el mar"?

Amigo
Mi amiga es alta como el mimbre, cimbreante como el junco, un arroyo oculto corre tras su boca. Es su piel leche y miel, como nata. A ella salta mi deseo.
Busco risas, ¿y no ríe ella junto a mí? Busco otros ojos, ¿y no es ella la que me mira? Busco perfiles ajenos ¿y acaso su cuello no acaricia mi mano?
Tengo sed y hambre y mi hermana está aquí. Sentado a su lado ella es fresca como el agua, sabrosa como el pan.
Eres la elegida, mi compañera, aquella que yo distinguiré entre todas.

Doncella
Son tus palabras como la canción de primavera a mis oídos. Eres conocido y grato a mi corazón como la voz de mi padre cuando regresa de los campos, como las canciones de mi madre y mis hermanas en la cocina.
Hagan nuestras huellas sendas gemelas sobre el polvo del camino. Corramos con las manos unidas lejos de las miradas de nuestros mayores. Vayamos a las colinas, donde las flores han brotado, tejamos guirnaldas y te coronaré con ellas, trencemos cadenas y te enlazaré a mi cuerpo.

Coro
Bajo la luz del sol caminan, bajo los ojos de los pájaros caminan. Son sus caricias como aleteos de mariposas, sus bocas como pan reciente, sus brazos, enredaderas.

Amigo
Mi amiga refleja mi piel en la suya. Son sus manos como las mías, sus labios como los míos. Mi aliento y el suyo, uno solo. Mi amada habla con palabras de luz, con sonidos como cascadas.
No calles, mi dulce compañera, háblame. Bésame con besos de miel, con besos de azúcar. Di mi nombre, canta para mí, baila, baila la danza de los enamorados.
A la orilla bajas, con pasos insinuantes, recogiéndote el vestido, alzando las manos, agitando las ajorcas. Los tambores marcan el contorno de tu movimiento, tu cabello corre por tu espalda, un río, un torrente.
Ven, hermana mía, ¿acaso no me conoces? Ven a mi lado y me tenderé entre tus brazos, en el lecho fresco, en la hierba verde, apriétame junto a ti y no te vayas, no me dejes solo esta tarde.

Doncella
En los campos, lejos de nuestros padres, mi amigo me llamó y yo corrí a su lado.
En la tarde, perfumada de jacintos, alcé mis tobillos y bailé para él.

Coro
La noche tiene senderos abiertos para los que se buscan en su seno.
Ven, mujer, cuéntanos, los abrazos de tu amigo, sus besos y suspiros. Cuéntanos su piel y su olor, su sabor, su amor y su sueño.

Mujer
Mi amigo me llama con sonidos sin voz, me atrae hacia sí con besos de silencio. Mi amigo es todo comprensión y tranquilidad, todo conocido y apaciguamiento. 

Amigo
Mi amada es un faro en mi corazón, en su regazo la noche es un pez en el río. Ella es una guedeja de lana a mi lado cuando llega la mañana.
Los rayos frescos te iluminan junto a mi pecho, sólo el cielo sobre tus cabellos, cabellos como remolinos de viento, llamas y chispas. Tú eres mi elegida, la favorita, aquella con la que quiero recorrer el camino. 
Ven, mi amiga, comparte mi viaje. Yo seré el que siempre te escuche, aquel que siempre te acoja, el que te cobije. A mi lado caminarás, con mi paso caminarás, no esclava ni dueña, pues yo seré tu compañero, el que siempre esté junto a ti.

Mujer
Aparta tus ojos de mi cuerpo desnudo. Cubre tu cabello con cenizas y huye lejos de mí. Porque soy sucia a los ojos del pueblo, siete veces maldita a tu mirada y la mía.

Amigo
Hablas y es como si callaras, pues no te entiendo. Desnuda estás ante mí y sin mancha tu cuerpo. No puedo dejarme tras de mí, no puedo marchar dejando atrás mi alma.
La elegida de mi corazón es pura como la mañana, como el sol que nace tras el horizonte, como la hierba cubierta de rocío cuando la luz la baña por primera vez. Mi amada es perfecta entre las favoritas, flor entre espinos y sus ojos están cubiertos de lágrimas. Su sendero es el mío, su destino es mi destino. Perderla sería perderme a mí mismo.

Mujer
En la noche oscura oí una voz, en la noche oscura una voz me llamó y habló.
En lo profundo de la noche dejé el calor de mi amigo y escuché el viento, escuché las estrellas, oí los susurros de otras voces, otros cuerpos, otras sendas.
Cogedme, hermanas, asidme, porque en la noche perdí el camino de vuelta a mi amado.

Coro
Tenemos una hermana que salió en la noche, ¿dónde la encontraremos? Nuestra hermana escuchó una voz en la oscuridad y siguió los caminos del viento, ¿quién nos la devolverá?
Aquel que la persiga debe ser más rápido que un corzo, veloz como el aliento. Él no debe desfallecer. Una exhalación para alcanzarla y todo sigilo para no asustarla.
Tenemos una hermana que es un cervatillo lleno de terror. Sus ojos son grandes como el cielo, llenos de estrellas; su nariz vibra de miedo. ¿Quién podrá alcanzarla?

Mujer
Son las palabras de mi amigo blasfemas, están en contra de mí. un muro, una muralla, una torre, así son sus palabras.
Vete de mi lado, porque eres para mí como la sal a la herida, una llama, un arder; como el aire para los peces, así eres para mí, un consumirse, un ahogarse.
Bajaré y me sentaré en el polvo. Me quitaré el velo y cortaré mi cabello. Nunca volverán a llamarme la deseada, la elegida.
Vete, hermano mío, aléjate. La ira es un volcán,  un gemido de cientos, una tormenta sin tino, ruge en mi alma, caerá sobre ti si no te alejas.

Coro
Nuestro hermano se aleja entre sombras ¿quién podrá traerlo de vuelta? Son sus pasos pesados sobre la tierra mojada, cansados como la muerte ¿quién podrá impedir que oiga?
Tenemos un cervatillo asustado, un cordero que llama a compasión ¿quién podrá escucharle? Su pastor se aleja por el camino con loso ojos cogidos a su espalda, su ojos prendidos de la que deja atrás.
¿Quién defenderá a nuestro cordero del lobo, de la noche oscura? ¿Qué pastor se encargará de apacentar a nuestra cabritilla?

 Está escrito que ella volvió la cara y sus ojos eran duros y ni una lágrima escapó de ellos. Con mano firme el escriba trazó las palabras: que la luz no volvió a brillar para ella, que el corazón se le ahogó en el pecho y que, ciega, camina buscando aquello que abandonó tras de sí.



Jauna Caeli
¡O noche, que guiaste!
¡o noche amable más que la alborada!
¡O noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!...
Quedéme y olbidéme
el rostro recliné sobre el amado;
cessó todo, y dexéme
dexando mi cuydado
entre las açucenas olbidado.
Juan de la Cruz

Está escrito que ella volverá la cara y sus ojos encontrarán sus pasos, libres de bruma. Con mano firme el escriba trazará las palabras finales: que sus vidas se iluminarán, que el pasado se diluirá en las aguas de sus labios y que sus  manos se unirán para no volver a separarse. 

Coro
¿Quién es el que a tu lado se acerca?¿Quién es el que te mira con ojos profundos?¿Quién te susurra al oído, hermana, el que hace reír a tu corazón?

Mujer
Es un rayo de sol entre nubes su rostro tranquilo, agua para el sediento sus ojos, sueño para el cansado sus cabellos de noche.
Retenedle, hermanas, sujetadle, no le dejéis que se acerque a mí. 
Un murmullo de canciones me llena por dentro. ¿No han de llevarnos los que de fuera vienen?

Coro
Enmudece nuestra hermana bajo su mirada, calla como un niño ante sus mayores.
Hermosa entre mujeres es nuestra compañera, aquella con la que bailamos en los campos, tierna como el pan, dolorida como un pajarillo en la trampa.
Alta la frente, los ojos sin macha es el extraño, amable entre todos los hombres, aquel que vino a la caída del sol para llevarse a nuestra hermana.
Sus cuerpos son como el fruto y la semilla, se completan como la huella y el pie.

Mujer
Una fuente burbujea en mi pecho, se desborda en mis entrañas, hielo y fuego sus corrientes. Mi alma es una hoja arrastrada por el viento ¿cómo podré dominarla?
¿Quién es que se me acerca en silencio? ¿Quién es el que sin darme cuenta me arrebata en la noche? Su boca me susurra, sus manos me acarician, sus besos me embrujan.

Extranjero
Un susurro de sedas crece en mi interior, un estruendo de caricias y deseo me eleva, me empuja. Mi corazón es un caballo de fuego que vuela a su destino ¿cómo podré detenerle?
¿Quién es la que encontré en la noche? ¿Quién es la que me llama sin palabras? Sus ojos me arrastran, su cuerpo me recibe, su boca me tienta.

Mujer
Son los ojos del desconocido como un bosque en otoño, sus labios un fuego devorador ¿cómo preguntarle quién es?¿Cómo decirle que no sé lo que busca en mí?
Al cielo abierto te comparo, desconocido y cercano, misterioso y amante. Como hoguera en los montes, como abrazo que recoge, llama escondida, luz oculta.
Entre los míos fui a preguntar por ver si te conocían.  A mi madre pregunté, a mi padre, a mi hermano. Te busqué entre los que conmigo caminaban, entre los que en el campo araban. ¿Cómo hallarte?¿Cómo saber? No estabas entre ellos, desconocido, extraño te señalaron, y es como si te conociese.
Tus sandalias están cubiertas de polvo, veladas están tus pestañas, de lejos pareces venir ¿o soy yo la que ha recorrido el camino?
¿Tienes hambre?¿Tienes sed, extranjero? Mi casa es la tuya, tuyas son el agua y la comida en mi mesa.
Dime qué buscas. Detente, corazón, centro de mi vida, ¿por qué digo "tu soledad es para mí como el grito de combate para los que luchan"?

Extranjero
Mi amada es un brote tierno entre mis brazos, una flor delicada, mi deseo palpita en su garganta. Son sus manos una brisa de hielo, sus ojos un pozo de promesas.
En los vientos de lejanos países busqué su risa. En estrellas que no se ves desde aquí busqué sus ojos, el perfil de su cuerpo en desiertos de arena, en yermos congelados.
De mi amada tenía sed y hambre y no lo sabía, por ella mis pies se arrastran heridos. Su sonrisa es fresca como el agua, sólo ella sacia mi anhelo.
Eres la deseada, la ansiada, aquella a la que llamaré esposa mía, mi compañera.

Mujer
Son tus palabras como la canción de la cosecha a mis oídos. Eres grato a mi corazón como la oscuridad a los ojos heridos.
Sígueme, extranjero, caminemos hasta mi casa, a la casa de mi madre. Ven a mis campos, donde se recoge la mies, vayamos al lagar, al huerto junto al pozo; verde está la vid y el fruto maduro, es hora de coger lo sembrado. En tus cabellos enredaré trocitos de paja, con racimos y pámpanos te coronaré.

Coro
Bajo la luna caminan, bajo ventanas oscuras, junto a puertas cerradas caminan. Son sus corazones como monturas desbocadas; sus brazos como el plomo, sus bocas como harina.

Extranjero
Es la piel de mi amada leche tibia, un reflejo de otros mundos. Son sus manos como palomas salvajes, sus labios como la púrpura. Mi elegida relumbra callada como faro en la noche. Su aliento atrae al mío como la flor a la abeja.
Escucha, mi bella extraña, escucha: el silencio es tan hermoso que sólo tu voz puede romperlo. Bésame con besos de licor, con besos que marean. Ven, baila junto a mí, la danza secreta, la danza olvidada.
En la noche te acercas, con ojos de estrellas, con ojos como luceros, cercándome con tu cuerpo, rodeándome con tus brazos. Sigues ondulante los remolinos de los cantos, alzando las manos, descubriendo tu rostro, soltando tus cabellos, un crepitar, una llama.
Ven, mi destino, ¿acaso no me deseas? Ven a mi lado, tiéndete entre mis brazos y te apretaré junto a mí, tiéndete y no te vayas, no te alejes.

Mujer
En los bosques, en la noche, el extranjero me llamó y me encontré a su lado.
En la oscuridad, embriagada de risa, solté mis cabellos y bailé junto a él.

Coro 
Tiene la noche rincones de olvido para los que se encuentran en ella.
Ven, amada, cuéntanos, los abrazos de tu amado, sus besos y sus palabras. Cuéntanos su piel y su olor, su sabor, su amor y su sueño.

Amada
Mi amado me nombra en la oscuridad aunque no sabe mi nombre. 
Mi amado es todo paz y ternura, todo tormenta y deseo.

Amado
Mi amada es un refugio en la tormenta, una hoguera en el alma, a su lado no existe la noche. Ella es una perla en mis brazos, refulgiendo en la mañana.
El sol te ilumina, tus labios junto a los míos, sólo luz en tus ojos, ojos como hierba, como un profundo mar, labios como un rayo, un relámpago, una furia. Tú eres la deseada, aquella en la que encontraré mi hogar.
Ven, mi esposa, mi camino acaba entre tus manos, déjame quedarme a tu lado. Yo seré el que te proteja, el que te recoja y se caliente a la luz de tu fuego. Junto a mi corazón permanecerás, compañera, dueña de mi vida y mi alma, tú y yo uno solo.

Amada
Aparta tus ojos de mi cuerpo desnudo, extranjero. Sigue tu camino y no vuelvas la vista atrás. No me mires, no me avergüences, márchate.

Amado
Hablas en lengua extraña y mis oídos no pueden entenderte. Cerca estás de mí, atándome con tu amor a esta tierra. No puedo dejar el sol y hundirme en el profundo abismo.
Mi amada es blanca como nata, como crema; sin mácula como un recién nacido, como una flor apenas abierta, un melocotón sin señal, perfecta. Mi amada es cabal entre las mujeres, día en medio de las sombras y su rostro está salado de dolor. Soy de mi amada, como suyo es mi futuro y mi vida, como suyos son sus pensamientos. Junto a ella está mi sitio, el calor de mi hoguera.

Amada
En el día claro oí una voz, en el día claro una voz me llamó.
En el calor del sol dejé el abrazo de mi amado y escuché la voz de mi madre, escuché los campos y los huertos, el susurro de las cocinas y el río.
Soltadme, hermanas, dejadme, porque en el brillo de la mañana no encuentro el hogar de mi esposo.

Coro
Tenemos una hermana en la casa, la más pequeña ¿cómo la casaremos? Nuestra hermana no sale al pozo, no acude a la fuente, ¿quién la desposará?
Aquel que la busque debe ser un río, un mar, profundo y fuerte, tierno y firme. Él no debe desfallecer. Un lago para anegarla y todo fluidez para sujertarla.
Tenemos una hermana que es una oveja llena de terror. Sus ojos son grandes como el cielo, llenos de nubes; sus costados palpitan de miedo. ¿Quién la sujetará?

Amada
Son las palabras del extranjero una bella mentira que no quiero escuchar. Una presa rota, un río que se desborda, así son sus palabras.
Aléjate de mí, porque eres un eterno sendero, un anhelo, un sinfín; tus palabras no son sino agua para el mar, fuego para el sol.
En el seno de mi madre me esconderé, en lo profundo de la casa, con velos oscuros me cubriré. Nunca me llamarás esposa mía, dueña de mi corazón.
Vete, extranjero, a los horizontes que adivino en tus ojos. Tu ira es hiel, acíbar, vibra en tu interior, caerá sobre mí si no te marchas.

Coro
Permanece el extranjero junto a nuestra hermana, junto a la que yace a su lado ¿cómo no amarle? Es su abrazo un llanto desesperado, sus lágrimas sujetan la voluntad ¿cómo no escucharle?
Tenemos una oveja perdida, un cordero que no encontramos, ¿quién lo recogerá? Su pastor lo acuna en sus brazos, lo retiene junto a su corazón, él calma su temblor con palabras dulces.
¿Quién se enfrentará al pastor?¿Quién podrá robar a nuestra cabritilla? En los más verdes pastos se apacienta nuestro cordero, vigilado por ojos certeros, protegido por brazos tiernos.

Está escrito que ella volverá la cara y sus ojos encontrarán sus pasos, libres de bruma. Con mano firme el escriba trazará las palabras finales: que sus vidas se iluminarán, que el pasado se diluirá en las aguas de sus labios y que sus  manos se unirán para no volver a separarse. 

miércoles, 4 de julio de 2012

El Verdugo: Kilómetros de hierro.

El Verdugo

Sólo aquí y sólo por ti, cerraría mis ojos para siempre, 
si con ese acto de amor, tú y yo lográramos más amor.
Escuchado en un programa de radio

Yo la seduciré
la llevaré al desierto
y le hablaré al corazón.
Allí le daré sus viñas,
y el valle de la amargura será puerta de esperanzas;
allí me tratará como en los días de su juventud, 
como el día en que salió de Egipto...
me llamará esposo mío, 
nunca más dueño mío.
(Oseas 2, 16-18)

Soy tu amada, la mejor;
te pertenezco como la tierra
que he sembrado de flores...
Papiro Harris 500

Kilómetros de Hierro

Ella tenía veinte años cuando la vi bajando de un tren, un día nublado y frío. En esta estación que no reconozco pero que, sin duda, es la misma. Ella tenía veinte años, ojos brillantes, labios temblorosos. La luz nacía de su cuerpo como si la fuerza del carbón la alimentase.

Quieta como mi corazón pero respirando vorazmente. Sí, con las vías a tu espalda y dentro de tu cabeza. Velos de vapor te separaban de nosotros, ventanas de velocidad te apartaban de nuestras miradas.

"Yo tenía veinte años. En esta estación cubierta de velos de vapor."

Ya entonces corrías muy por delante de mí. No podía dejar de mirarte y eso era suficiente incluso para mis deseos inquietos. Podría decir que entonces tuve un presentimiento sobre tu destino y el mío, pero nada es tan fácil y, aunque hubo un ambiente de sueños y nubes, ningún ángel nos cubrió con su aliento. 

Todo era tan extraño, tan vulgar, como una estación apenas estrenada. Entonces viajar todavía era una aventura y exigía una preparación delicada, antes de adentrarse en algo que, para muchos, encerraba un mundo de desafíos. 

A veces vengo y me siento en un desgastado banco a ver los trenes ir de un lado a otro. Me pregunto qué extraña magia se esconde en estas máquinas ruidosas. Qué potente y malvada magia que a ella la hechizó y a mí me dejó varado, viéndola pasar en sus vuelos sin poder seguirla. Qué cadenas me unen a este edificio de nadie.

"Corría y tú me esperabas. Y esa magia era la magia de las cadenas."

Observo a los viajeros y me sorprende la ansiedad con que late mi esperanza. En cada persona que se desliza ante mí (sin tu luz en los ojos, sin tus alas en el alma) busco el eco de tu vuelta. En cada nuevo color, en cada nuevo ruido, en todo, busco una señal de que ella pueda volver, quiere volver a esta estación, a mí.

"Volver a ti. Tu nombre resuena en mi cabeza como el sonido monótono de un tren en marcha. Se repite hasta el adormecimiento."

Es cierto que yo no podía alcanzarte aunque entonces intentara negarlo. Tu fantasía se movía inquieta buscando esos rápidos paisajes que se metían por los ojos y a ti se te quedaban dentro. Vendrás tarde o temprano. Debes volver porque toda espera tiene su fin. Ahora te dejaría marchar, las veces que quisieras. 

Te veo un poco más clara cada día. Ella me lo prometió, pero desconfío. No creo en su palabra que tantas veces cumplió. Noto que el tiempo acelera y, ni esta estación ni yo, aguantamos su paso. Esta esperanza que es sospecha pesa como un lento veneno.

"Lo prometí. Te prometí un veneno lento, las aguas de la vida,e l tiempo que fluye. Te prometí el descanso de las ilusiones. El agotamiento de las esperanzas."

Dicen que van a tirar la estación. Quizá. Durante un tiempo pensé que era la señal para reunirme con ella, un billete de aquí a su perdón. Pero me acerqué a las vías y me detuvo. Mi deber es esperar a que vuelva. 

"Te detuve. Es lo justo."

Este edificio torturado por el paso de personas y caminos; esta espera concretada en ladrillos y hierro, esta estación, ya no huele a nueva y a prisas. No viste las sábanas barrocas del misterio, las transparencias románticas que te hacían parpadear, nerviosa y enferma de anticipación. Pero aún vibra bajo la superficie distante la corriente cálida de promesas que haría encender la luz en el fondo de tus ojos oscuros. 

"Veo el tiempo pasando sin piedad por tus rasgos, cambiando lo que era por un futuro incierto. Sí, tú todavía haces brillar mis ojos."

Siento el dolor agazapado en el horizonte, confiando en que baje la guardia para poder atraparme entre sus garras, hechas de tu ausencia y de mi loca esperanza.

Me hablabas mucho. Horas y horas escuchándote, guardando tus palabras en mi corazón. Me dejabas exhausto, aguantando únicamente por la fuerza del abandono. Me parecía que tantos pensamientos extravagantes no compensaban la espera que yo te daba. Todo el torrente fresco de tu voz no servía para borrar el regusto amargo de tu mirada perdida lejos, el óxido de kilómetros de hierro tragados por tu vida. 

"Me perdía buscándote."

La noche es la guardiana arcana de los viajes. La lluvia los hace mágicos y acogedores. El invierno nevado los convierte en inolvidables. Ella salmodiaba sus letanías, como un encantamiento y era verdad, porque el que espera tiene el don de leer en el corazón del viajero; leerlo aunque no lo comprenda. Y yo no comprendía su amor por las estaciones si no son más que un freno potente al viaje eterno. 

"Tú eres una puerta. Mi origen y mi destino. Los trenes sin estaciones no son otra cosa que hojas secas. Ellos siempre vuelven."

La rabia me vencía cuando te veía vestida de viaje. Sonriendo. Yo la odiaba entonces y la pena y la impotencia me cerraban con fuerza los ojos y el amor. No me creía lo bastante importante para ser su regreso. No le creía, aunque nunca mintió. Y el deseo y el egoísmo se unieron en mi cabeza, conjurando pensamientos oscuros contra el brillo de sus sus alas, contra el viento de su pelo. Y los celos y la furia contra mí.

"No comprendías."

No comprendía. No comprendo.

Me refugio en estos muros cansados donde todo empezó. Y "todo" es todo. Pero no veo el fin. Aunque volviste de todos tus viajes, éste es demasiado largo. Resuena en mis pensamientos el taconeo apresurado de tus pies pequeños sobre el andén, una mañana. En mi confusión, el sonido se mezcla con el de u tren que llega, con el de un tren que se aleja. 

"Esa mañana. Esa mañana todo terminó. Todo empezó."

Oigo tu voz aguda de expectación. Y te veo delante de mí un momento; al momento siguiente, sólo el tren que pasa rápido. 

"Los gritos, ese ruido que ensordecía; y las ruedas tan cerca."

Tú lo prometiste y sonó como una amenaza.

"Lo prometí. Como en cada viaje. De esta estación a esta estación. De ti a ti. Nunca rompí una promesa."

El tacto suave de la tela de tu vestido, tu piel blanda bajo la presión de mis manos. La corriente sofocante sobre mi cara. No gritaste, como si no te sorprendiera. Un accidente. 

Sabes que te espero.

Sé que regresas y te espero.


El Extranjero: Breve carta a un desconocido perfecto

                                                                                                                        El Extranjero
                                                                                                                        
                                                                                                                      Es poco alentador descubrir que se ha dado
esquinazo a la vida. Sólo se vive
intensamente al precio de uno mismo.

El gran dios Pan
                  M. John Harrison

Breve carta a un desconocido perfecto

A veces, no es justo, se me engancha el aburrimiento de un movimiento de tu brazo y te sigo sonámbula haciendo como si no. Otras, me quedo enredada en el brillo que descubro en el centro de tu mirada y algo se me escapa hacia el cielo y el  mar, la hierba y el sol. y no está bien que se me distraiga así el alma en pleno invierno, como si fuera primavera y afuera estuviera esperando el blando prado de los días ociosos. 

No me gusta. No me gusta tener la cabeza tan llena y el corazón tan espacioso. No me gusta, estar saciada de conocimiento y hambrienta de caricias, de la flexión de un músculo ajeno cerca de mí, del sonido de otra boca cerca de mi cuello.

Y es que  hay algo que llama al sueño en la curva de tu barbilla, en la suavidad de tus párpados. 

No sé qué extraño calor es éste, que me sube del centro del estómago y lanza zarcillos temblorosos al pecho y los muslos. No sé qué extraña combustión es la que se opera dentro de mí cuando estás cerca y,  sin querer, sin querer, sin tú querer y yo queriendo, me rozas como un deseo. No sé qué bochorno es éste que, rodeada de hielo, me atenaza y me hace pensar qué tiernos y mórbidos podrían ser tus labios bajo los míos, tu cuerpo sobre el mío, tus manos en las mías: qué sabor tendrán tus suspiros, cómo sonarán tus caricias, a qué olerá tu dulzura, tu amor, tu pasión.

Aquí estoy, desconocida. Me pierdo para ti y es como si me perdiera para el mundo. Nada sabrás de mí, de mis desvaríos. Me perderé en tu  indiferencia y te perderé; perderé los rincones escondidos de ti, aquellos que ocultas a todos. Perderé sin tu amor, la posibilidad, la potencialidad: mi otra cara, tu otra cara, nuestros verdaderos rostros. 

Y lloro por lo que no conoceré de ti, por lo que no descubriré de mí, por lo que no sabré que pierdo. 

martes, 3 de julio de 2012

El Ángel: Serpiente

                                                                                                                        El Ángel   
                                                                                                                        Romeo:
                                                                                                                        ... y que vuestros labios 
                                                                                                                        limpien los míos de pecado.

                                                                                                                        Julieta:
                                                                                                                        Venga a mis labios el pecado
                                                                                                                        que los vuestros tenían.

                                                                                                                        Romeo:
                                                                                                                        ¿Un pecado?¿De mis labios?
                                                                                                                        Oh, dulce urgencia de                          
                                                                                                                        pecado. Dadme el pecado, 
                                                                                                                        dádmelo otra vez.

Romeo y Julieta
William Shakeaspeare


Serpiente

Hoy he tenido al amor entre mis brazos. El amor me ha tenido entre sus grandes, tiernos brazos. Lloraba. Decía que me amaba. Se desesperaba. Ese amor que es como una herida en carne viva. 

Hoy el amor me ha buscado como un niño, me ha consolado como un padre. hoy el amor ha andado pacientemente junto a mí, contemplándome: ha gritado mi nombre y luego me lo ha susurrado muy quedo al oído, tembloroso de llanto. Hoy el amor ha sido desesperadamente mío, hoy el amor me ha mirado a los ojos, hoy ha tocado mis labios con besos infantiles. 

He espiado mi rostro en el espejo, he repasado mis rasgos uno a uno con uñas afiladas. Los cambios del alma no se notaban. Nadie ha visto algo distinto en mí. Pero hoy el amor me ha encontrado un lugar en la húmeda selva del paraíso, me ha poseído bajo las palmeras, no muy lejos de África. El sur, siempre el sur.

Hoy el amor me ha enseñado su rostro, su amado rostro y era hermoso y triste. Hoy el amor se ha llevado para siempre la paz de mi alma.

Hoy el amor ha sido para mí, sólo para mí, traidor de bellas palabras, mentiroso de dulces intenciones, hipócrita de dulces promesas. Sé que la frialdad de mi corazón calentaría la gelidez de su aliento. Hoy el amor me ha ofrecido el infierno. Hoy ha sido el día en que el amor ha estado a mis pies para ponerme la anilla de la esclavitud, la ajorca de la servidumbre. Hoy he rechazado el amor, ese amor bueno, generoso y profundo. Era mentira; cada no que salía de mis labios era un sí, cada negativa, una aceptación. Sin condiciones. 

Hoy he tenido al amor entre mis brazos . Su voz era como el paraíso, lo que decía, quemaba. Cada bella palabra era un eslabón de la larga cadena del odio y la traición.