El Verdugo
Sólo aquí y sólo por ti, cerraría mis ojos para siempre,
si con ese acto de amor, tú y yo lográramos más amor.
Escuchado en un programa de radio
Yo la seduciré
la llevaré al desierto
y le hablaré al corazón.
Allí le daré sus viñas,
y el valle de la amargura será puerta de esperanzas;
allí me tratará como en los días de su juventud,
como el día en que salió de Egipto...
me llamará esposo mío,
nunca más dueño mío.
(Oseas 2, 16-18)
Soy tu amada, la mejor;
te pertenezco como la tierra
que he sembrado de flores...
Papiro Harris 500
Kilómetros de Hierro
Ella tenía veinte años cuando la vi bajando de un tren, un día nublado y frío. En esta estación que no reconozco pero que, sin duda, es la misma. Ella tenía veinte años, ojos brillantes, labios temblorosos. La luz nacía de su cuerpo como si la fuerza del carbón la alimentase.
Quieta como mi corazón pero respirando vorazmente. Sí, con las vías a tu espalda y dentro de tu cabeza. Velos de vapor te separaban de nosotros, ventanas de velocidad te apartaban de nuestras miradas.
"Yo tenía veinte años. En esta estación cubierta de velos de vapor."
Ya entonces corrías muy por delante de mí. No podía dejar de mirarte y eso era suficiente incluso para mis deseos inquietos. Podría decir que entonces tuve un presentimiento sobre tu destino y el mío, pero nada es tan fácil y, aunque hubo un ambiente de sueños y nubes, ningún ángel nos cubrió con su aliento.
Todo era tan extraño, tan vulgar, como una estación apenas estrenada. Entonces viajar todavía era una aventura y exigía una preparación delicada, antes de adentrarse en algo que, para muchos, encerraba un mundo de desafíos.
A veces vengo y me siento en un desgastado banco a ver los trenes ir de un lado a otro. Me pregunto qué extraña magia se esconde en estas máquinas ruidosas. Qué potente y malvada magia que a ella la hechizó y a mí me dejó varado, viéndola pasar en sus vuelos sin poder seguirla. Qué cadenas me unen a este edificio de nadie.
"Corría y tú me esperabas. Y esa magia era la magia de las cadenas."
Observo a los viajeros y me sorprende la ansiedad con que late mi esperanza. En cada persona que se desliza ante mí (sin tu luz en los ojos, sin tus alas en el alma) busco el eco de tu vuelta. En cada nuevo color, en cada nuevo ruido, en todo, busco una señal de que ella pueda volver, quiere volver a esta estación, a mí.
"Volver a ti. Tu nombre resuena en mi cabeza como el sonido monótono de un tren en marcha. Se repite hasta el adormecimiento."
Es cierto que yo no podía alcanzarte aunque entonces intentara negarlo. Tu fantasía se movía inquieta buscando esos rápidos paisajes que se metían por los ojos y a ti se te quedaban dentro. Vendrás tarde o temprano. Debes volver porque toda espera tiene su fin. Ahora te dejaría marchar, las veces que quisieras.
Te veo un poco más clara cada día. Ella me lo prometió, pero desconfío. No creo en su palabra que tantas veces cumplió. Noto que el tiempo acelera y, ni esta estación ni yo, aguantamos su paso. Esta esperanza que es sospecha pesa como un lento veneno.
"Lo prometí. Te prometí un veneno lento, las aguas de la vida,e l tiempo que fluye. Te prometí el descanso de las ilusiones. El agotamiento de las esperanzas."
Dicen que van a tirar la estación. Quizá. Durante un tiempo pensé que era la señal para reunirme con ella, un billete de aquí a su perdón. Pero me acerqué a las vías y me detuvo. Mi deber es esperar a que vuelva.
"Te detuve. Es lo justo."
Este edificio torturado por el paso de personas y caminos; esta espera concretada en ladrillos y hierro, esta estación, ya no huele a nueva y a prisas. No viste las sábanas barrocas del misterio, las transparencias románticas que te hacían parpadear, nerviosa y enferma de anticipación. Pero aún vibra bajo la superficie distante la corriente cálida de promesas que haría encender la luz en el fondo de tus ojos oscuros.
"Veo el tiempo pasando sin piedad por tus rasgos, cambiando lo que era por un futuro incierto. Sí, tú todavía haces brillar mis ojos."
Siento el dolor agazapado en el horizonte, confiando en que baje la guardia para poder atraparme entre sus garras, hechas de tu ausencia y de mi loca esperanza.
Me hablabas mucho. Horas y horas escuchándote, guardando tus palabras en mi corazón. Me dejabas exhausto, aguantando únicamente por la fuerza del abandono. Me parecía que tantos pensamientos extravagantes no compensaban la espera que yo te daba. Todo el torrente fresco de tu voz no servía para borrar el regusto amargo de tu mirada perdida lejos, el óxido de kilómetros de hierro tragados por tu vida.
"Me perdía buscándote."
La noche es la guardiana arcana de los viajes. La lluvia los hace mágicos y acogedores. El invierno nevado los convierte en inolvidables. Ella salmodiaba sus letanías, como un encantamiento y era verdad, porque el que espera tiene el don de leer en el corazón del viajero; leerlo aunque no lo comprenda. Y yo no comprendía su amor por las estaciones si no son más que un freno potente al viaje eterno.
"Tú eres una puerta. Mi origen y mi destino. Los trenes sin estaciones no son otra cosa que hojas secas. Ellos siempre vuelven."
La rabia me vencía cuando te veía vestida de viaje. Sonriendo. Yo la odiaba entonces y la pena y la impotencia me cerraban con fuerza los ojos y el amor. No me creía lo bastante importante para ser su regreso. No le creía, aunque nunca mintió. Y el deseo y el egoísmo se unieron en mi cabeza, conjurando pensamientos oscuros contra el brillo de sus sus alas, contra el viento de su pelo. Y los celos y la furia contra mí.
"No comprendías."
No comprendía. No comprendo.
Me refugio en estos muros cansados donde todo empezó. Y "todo" es todo. Pero no veo el fin. Aunque volviste de todos tus viajes, éste es demasiado largo. Resuena en mis pensamientos el taconeo apresurado de tus pies pequeños sobre el andén, una mañana. En mi confusión, el sonido se mezcla con el de u tren que llega, con el de un tren que se aleja.
"Esa mañana. Esa mañana todo terminó. Todo empezó."
Oigo tu voz aguda de expectación. Y te veo delante de mí un momento; al momento siguiente, sólo el tren que pasa rápido.
"Los gritos, ese ruido que ensordecía; y las ruedas tan cerca."
Tú lo prometiste y sonó como una amenaza.
"Lo prometí. Como en cada viaje. De esta estación a esta estación. De ti a ti. Nunca rompí una promesa."
El tacto suave de la tela de tu vestido, tu piel blanda bajo la presión de mis manos. La corriente sofocante sobre mi cara. No gritaste, como si no te sorprendiera. Un accidente.
Sabes que te espero.
Sé que regresas y te espero.
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